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“La vida es como el fútbol, lanzarse a correr y ver qué pasa”

  • Por Página 12.
  • 13 may 2018
  • 6 Min. de lectura

El Hijo del Viento y una charla existencial en el hotel más caro de la ciudad. Del miedo a fallar su memorable gol contra Brasil a un sinfín de reflexiones sobre la vida del futbolista, el Cani que conquistó millones de corazones pica al vacío y deja frases para el recuerdo.

Hay una cascada, una corona gigante dorada, una barra con las bebidas más caras del mundo, la humedad del mayo tardío y su voz como un susurro constante. El patio del hotel Faena está vacío de gente pero lleno de sillas y mesas, casi como si imaginar un trayecto en línea recta fuera un imposible que acabara con la tentación de encontrar un pasillo lo suficientemente largo para poner a correr a Claudio Paul Caniggia, el Hijo del Viento. Casi 28 (sí, 28) años después de Italia 90, él se para igual, tiene el mismo peso, sostiene el mismo cabello al que sólo le falta su clásica vincha y no parece, de ningún modo, un hombre de 51 años. El Cani sigue siendo el rock glamoroso, el vértigo trepidante y esa mueca de nostalgia ante el guacho tiempo y sus injusticias. Alcanza con mirarlo para sentir imparables ganas de verlo jugar un rato más.

Carlos Bilardo debe haber pasado por eso que ocurre en el hotel más ostentoso de la ciudad cuando, en otro, en Catalunya, le propuso a Cani volver al ruedo en el Mundial de Sudáfrica 2010, su cuarto, luego de Italia 1990, Estados Unidos 1994 y Corea-Japón 2002. El de Henderson tenía 43 años y no jugaba hace cinco y medio. Sin embargo, el entonces manager del seleccionado había convencido a Diego Armando Maradona, el DT, y a Julio Grondona, el pope, de intentar un retorno mágico para el Pájaro. Para eso, claro, le pedía un sólo requisito: jugar seis meses en el fútbol argentino. Según el legendario periodista Ernesto Cherquis Bialo, estaba todo listo para que Caniggia volviera a la actividad nada menos que en Arsenal de Sarandí, el pago chico de Grondona. El hoy ex jugador asegura que se arrepiente de no haberse animado, pero que no le insistieron lo suficiente. ¿Se lo podrá convencer de volver ocho años después?

Se te ve intacto. Pareciera que si te animás, volvés a jugar...

-Sí, pero no. Ya superé el ser jugador. No voy a negar que a veces me vienen ganas, pero hay que saber cuándo dejarlo. Cuesta al principio tomar la decisión, sobre todo si estás bien físicamente, pero uno al mismo tiempo quiere irse bien de esto. No hubiera querido arrastrarme por el campo. No pasaba por una cuestión de dinero o de sacar un contrato más. No juzgo al que lo hace, pero en mi caso no. Ya está. Podría haber jugado más, pero listo. No me arrepiento.

¿Hay nostalgia de las grandes noches de gloria de tu carrera?

-Al acordarme de cosas, sí. Todo el tiempo te vienen recuerdos de los grandes momentos. O ahora que se puede ver todo, te mandan videos y uno se va a esos instantes. Hoy es mucho más fácil, porque lo tenés en el teléfono. Está ahí. Estás ahí. Antes había que mirar la tele un programa o grabarlo en video, pero hoy en un minuto está. Hay facilidad para recordar. Igual, no es que apoyo la cabeza en la almohada y me quedo en la nostalgia, eh. La vida sigue y hay que aprender de los que uno ha visto sufrir por dejar el fútbol. Por mi parte, hice una carrera bastante larga. No añoro. Tengo recuerdos y los llevo conmigo.

¿Qué te pasa cuando ves los goles con la Selección en los mundiales?

-Orgullo. Me recorre una sensación increíble, muy difícil de describir, porque un Mundial es lo máximo. Yo dejaba todo por estar en un Mundial. Lo hubiera jugado mil veces más. Para mí era algo distinto a todo. Era la gloria. Cuando me veo ahí, corriendo y gritando un gol, me acuerdo de lo que se siente tocar la gloria. Siempre hay algún amigo que me manda el video del gol a Brasil y todavía me cuesta entender cómo hicimos para meterlo si éramos nosotros dos contra un montón de brasileros. También era lo que pasaba al jugar al lado de Diego, que veía lo que nadie veía. Cada tanto, me gusta volver a ver ese gol, no te voy a mentir. Fue todo en un segundo y cambió mi vida para siempre.

¿Cómo definís a tu vida?

-Mi vida fue un sueño. Uno no toma dimensión de lo que implica tener una carrera como la que tuve. Un chico no se lo cree. De golpe, una vez que estás ahí, te pasa y vas para adelante. Te parece natural. Me ocurrió, simplemente. De golpe debuté en el fútbol y fui a la Selección y me tocó formar parte de Mundiales y de Copas América y encima siendo figura y sin pasar desapercibido. Cuando te pasa todo eso, sentís que es parte de lo que buscaste. Sentís que lo merecés. Que dejaste atrás a muchísimos. Son pocos los que llegan y hay un montón de factores para eso, pero, dejame decirlo: la suerte no existe.

¿No existe?

-Yo no considero a la suerte. No la considero ni a un uno por ciento. ¿Querés dejarle un margen a la suerte? ¿De cuánto? Acá no existe. A veces escucho a ex jugadores o tipos que han pasado por ciertos lugares y no han llegado a grandes niveles que dicen: “Yo no tuve suerte”. Mirá si se tratara de suerte, solamente. Fue otra cosa. Suerte tiene el que saca la lotería y se gana una fortuna. El fútbol no es suerte, es un mundo bastante duro. Con tanta competencia, es difícil llegar a Primera División. Y mantenerse durante tantos años, ni hablar. Por eso, te digo que no, que esto que me pasó no lo soñé. Nunca pensé en ser el jugador que fui. Simplemente fui y fui y fui. Se trató de superar obstáculos. Y ahí es cuando te entra un nivel de competitividad increíble, que te queda para el resto de tu vida y lo podés usar para cualquier otro aspecto cuando terminás la carrera. Algunos la utilizan mal y otros bien

¿Para qué utilizás esa competitividad hoy?

-El tema es dejar el ego de lado, porque no se puede andar todo el tiempo creyéndose ese jugador o creyéndose el mejor. Después, siempre hay desafíos. El fútbol te enseña, incluso aunque después del fútbol te dediques a otra cosa. El fútbol es una escuela de vida. Ahí adentro uno la tiene clara. Cuando uno juega sabe que quiere superar a un contrario y ser mejor que él y ganar un partido. Y que hay un club que te contrató y un técnico que te puso. Y que tenés que responder y sostener tu nombre. Después del fútbol, cuando lo dejás, la cosa cambia y volvés a la tierra. Porque, te digo, en el fútbol jugás bien y sos un dios y, a los dos días, jugás mal y sos el peor. Cuando estás ahí no te das cuenta. Sólo querés mantener el nivel que la gente espera de vos para que no vengan los palos. Este es un mundo en el que te convertís en alguien público y la cosa cambia. Y hay gente que está todo el tiempo pendiente de dártela.

Caniggia aparece y desaparece del firmamento mediático sin pedir permiso. En su actual incursión emergió luego de mucho tiempo y prolongó su estadía en Buenos Aires por varias semanas. Revoloteando a su alrededor en el día a día están la inefable Mariana Nannis -que vigila todo desde un sillón- y sus hijos Alexander -autodenominado “El Emperador”- y Charlotte -aquella que calcó a la perfección a su madre-. Axel, el mayor de los tres hermanos, es el único que no pasa por Puerto Madero: es un exitoso pintor que vive viajando y confiesa cada vez que puede que no le gusta el fútbol. Claudio Paul es, además de un mito viviente de la pelota, el padre de las estrellas de “Caniggia Libre”, un curioso reality que va por su segunda temporada.

Qué jugada de tu vida te gustaría volver a repetir?

-Lo pasado, pasado. No repetiría nada, porque me da incertidumbre. Lo que salió, salió así. No vaya a ser cosa que lo repita y salga mal. Mirá si se me va larga en el gol a Brasil. O si me la agarra el arquero. No, dejame así. No quiero ni pensarlo mucho. Pasa todo tan rápido en ese tipo de jugadas que lo lindo es recordarlas. Y recordarlas con una sonrisa.

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