El abrupto final del breve "Plan Nada"
El mercado se negó a comprarle “espejitos de colores” al Gobierno. La situación de éste tras el “Plan Nada” de la semana pasada es, económicamente hablando, grave. Un jugador cualquiera de truco puede entenderlo muy bien con el siguiente ejemplo. Supongamos una partida en la que nuestro contrincante cantó 24 para el envido, y a la hora de jugar las cartas arroja un caballo de copas en la primera mano, un caballo de espadas en la segunda y nos canta el retruco antes de arrojar la tercera... ¿Qué podríamos pensar de tal jugador? Una de dos: o es un gran tonto, o es un gran mentiroso. No cabe una tercera posición. Esa es precisamente la situación en la que se puso solito, solito, el Gobierno. Y francamente es difícil saber que es peor cuando el jugador de tal partida está sentado en el sillón del Palacio de Hacienda, el BCRA, o la propia presidencia de la República: que lo tomen por un gran tonto o por un enorme mentiroso.
Lo cierto es que con ninguna de ambas alternativas se puede jugar a nada, y mucho menos gobernar. En esa posición están el presidente Macri y su gente hoy: lanzaron un plan sin contenido, vacío de medidas, al que deben degradar a pura “herramienta” -inútil herramienta, por cierto- en menos de 48 horas. Tras poner “precios esenciales” a bienes que no existen en las góndolas (es como ponerles nombre a los unicornios) se lanza a un congelamiento teórico del dólar. Esta medida parece querer “torear” al mercado poniendo un techo a la divisa hasta fin de año. ¿Hasta fin de año? ¡Si es incierto lo que puede ocurrir la próxima semana! No sólo por desubicado en el tiempo luce desaconsejable un techo al dólar hasta fin de año, sino que además luce temerario dado el precario estado de la economía argentina que ostenta el dudoso récord de tener un déficit consolidado del Estado de más de 9% del PBI entre intereses que abonan el Tesoro y el BCRA. La teoría dice que cuando no se cuenta con indicadores económicos saludables y robustos, lo mejor es no poner reglas demasiado rígidas, y aquí se ha optado precisamente por lo contrario: cuanto mayor la endeblez económica y las desventuras del oficialismo en las encuestas, mayor la dureza de las políticas que se pretende aplicar: tasas por las nubes y dólar con techo; lo contrario de lo teóricamente saludable. ¿Puede alguien pensar combinación más ruinosa?
El Gobierno ha gastado la bala de plata que podía aplicar antes de las elecciones porque con lo actuado luce claro que no sólo no hay ningún as bajo la manga, sino que tampoco hay en estudio ningún esquema económico-financiero serio para suplantar al actual, porque si así fuera, no estarían desperdiciando una oportunidad así, rifando credibilidad. Lo que se ha hecho con esto es pegarse un tiro en un pie. Eso han hecho las autoridades con la “bala de plata” que tenían. Han dado un claro mensaje a los mercados de que el rey está desnudo. Nada peor que eso. Nada puede lograrse por este camino.
Los funcionarios tienen que ponerse a pensar que jamás de los jamases un esquema con las tasas de interés que campean en el sistema financiero puede mantenerse en el tiempo y mucho menos aún que se pueden normalizar los rendimientos que se pagan en el sistema financiero en forma gradual. Es necesario aplicar un sablazo impresionante a las tasas de interés en cualquier opción que pretenda no ya estabilizar en serio la economía, sino, mínimamente, impedir quiebras masivas en el sector privado. Y para que ello no provoque una estampida descontrolada en muchas otras variables es necesario tomar antes medidas precautorias en un contexto tal que no cabe más remedio que idear en serio un plan de estabilización que debe tener todos los componentes que se requieren para estabilizar, y por largo plazo, a la economía.Este sencillo razonamiento, que seguramente una abrumadora mayoría de los lectores comparte por contar con una mínima lógica, sin embargo ha sido desechado desdeñosamente por un muy numeroso equipo económico que acaba de dejar boquiabierto hasta a sus más fervientes partidarios del sistema financiero, sector que ha sido hasta el momento su mayor fuente de sustentamiento, y que puede constituirse, de seguir así las cosas, en un fiero enemigo.
¿Por qué el equipo económico y el propio Presidente han repetidamente desechado un plan de shock? Mucho se lo han preguntado los operadores del mercado. Desde aquí lanzamos una posible respuesta que podría considerarse: ¿No será que no quieren porque ni saben ni pueden elaborarlo?...
Todo indica que Mauricio Macri y sus funcionarios van a conseguir lo que todavía hoy parece imposible de lograr: que los mercados comiencen a festejar su posible salida y que bonos y acciones empiecen a subir ante más datos de encuestas que le den por perdidas las elecciones. Y es que el mundo, la vida entera muchas veces es así: lo que hoy parece imposible, mañana puede ser probable, y pasado mañana, incluso, convertirse en una realidad. Después de todo, no hay mal que dure cien años y algo que luce muy difícil que ocurra es que la economía argentina ingrese en un proceso de disolución aunque las huestes de Macri la viene empujando de manera irresponsable y denodada a ese punto, quizás con el único atenuante de no darse cuenta, pero con el gran agravante de buscar únicamente la reelección del Presidente. ¿Reelección para qué? ¿Para esto? Mejor no adentrarse en ese camino
Lo bueno del caso es que lo único que podemos entrever es que no vamos a vivir un largo y tortuoso proceso de agravamiento de la crisis económica en un proceso sin fin hasta fin de año. Eso es demasiado. Casi seguro, no va a pasar. La situación es lo suficientemente mala y la economía está en estado tan precario como para pensar que si hay un agravamiento en las principales variables -inflación, desempleo, recesión y devaluación-, van a surgir los recambios de hombres necesarios como para garantizar también un cambio de filosofía económica, como mínimo. ¿Hasta qué nivel pueden alcanzar esos cambios? Es imposible saberlo ahora, con la crisis reiniciándose. Si se lo piensa bien, en ese sentido, la aparición, fugaz vida y abrupto final del “Plan Nada” puede resultar incluso, sorpresiva e increíblemente, hasta una bendición.